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jueves, 30 de octubre de 2014

Bajo el cielo de París

¿Por qué no aquí? ¿Por qué no ahora? ¿Acaso hay mejor lugar para soñar que París?




Ella es morena, con el pelo negro y lacio y los ojos grandes, rasgados. En el cole le llamaban La China, y podría pasar por turca o vietnamita pero, en realidad, cuando se maquilla, se parece un poco a Pocahontas. Sólo que más guapa.   

Tiene una buhardilla en la Place Dauphine, en París. Es una casa pequeña, un "pied-à-terre", con suelos entarimados a la francesa, puertas blancas y dos balcones estrechos por los que entra la  luz. La luz de París.

Dicen que París es para los enamorados. Y es lo que ella intenta recoger en sus fotos. Allí, su ritmo es otro. Procura salir temprano, casi de madrugada, cuando las calles aún palpitan adormecidas y el sol comienza a bañar las fachadas. Camina, recorre las plazas, callejea. Busca los sitios conocidos y se pierde para encontrar nuevos rincones escondidos que atrapar con su cámara. Fotografía chaflanes, mercadillos y terrazas. Pero lo que más le gusta retratar  es la cadencia de la ciudad y ya hace mucho tiempo que perdió el miedo a hacer robados.

Procura siempre reservarse un rato para deambular por el Louvre. A veces también visita el delicioso jardín del Museo Rodin. Se detiene a ver los barcos pasar en alguno de los puentes que asoman al Sena y no perdona una parada en algún café decadente, ni comprar pan. Un par de baguettes siempre, claro.

Al anochecer, regresa a casa. Decorado en tonos tierra, la buhardilla es todo lo que siempre soñó. Paredes forradas de libros, un sofá grande y mullido hecho a la medida de sus siestas, fotos grandes, enmarcadas con passepartout, apoyadas en el suelo. Sobre el viejo velador de mármol herencia de su abuela, cuadernos, plumas y revistas de viajes. Dos viejas maletas hacen la vez de mesa de centro y junto a los balcones, macetas de barro cocido con aspidistra, monstera y cheflera. Se advierte algo de desorden: los cojines amontonados, las mantas enredadas ... Ese pequeño desbarajuste cálido que le proporciona apenas echar de menos a los suyos. Pues cuando está allí se deja arrebatar por la ciudad y se olvida hasta de su familia. Claro que ellos la perdonan, porque conocen cómo es, y saben que, en el fondo, les quiere mucho.

Y aunque le tiene el pulso cogido a la ciudad, deambular por sus calles siempre le resulta de lo más evocador. Cuando aterriza lo hace llena de ganas y expectativas pero siempre se marcha satisfecha y con la cámara y los ojos llenos de tesoros. Y a su vuelta, cogerá el avión pensando en cuándo regresar a París pero deseando volver a casa, con sus hijos, con su marido. Aunque seguirá sin llamar a su familia.

Pero es que ella es de llamar poco.




P.D. Y por si alguien se lo pregunta, las plantas se las riega Philippe, el portero, pues, como todo el mundo sabe, las viejas buhardillas de Paris tienen porteros, educados y caballerosos, aunque algo anticuados y cascarrabias, que se llaman Philippe y acostumbran a regar las plantas.



Foto de ANA GUISADO

1 comentario:

  1. Ayyyyy, no sé qué decir!!!!! Me ha encantado!!!!! Menos lo de llamar; ella es de llamar poco, cierto, pero se esfuerza... y es que el teléfono del otro lado (o al menos uno de ellos) no suele estar operativo...

    Me encanta que hayas vuelto!! ¿Me lo regalarás, de tu puño y letra?

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