La verdad es que todos estamos
más tranquilos desde que Cris vino a vivir con mamá. La casa vuelve a estar
limpia, huele a jabón y el sol entra a raudales. La nevera siempre está llena y
mamá ha dejado de estar en pijama todo el día. Después del desayuno, la viste y
la peina, a veces incluso la maquilla un poquito. Luego salen a dar un paseo. A
mamá siempre le han gustado las plantas y Cris coge flores silvestres y se las pone en
el ojal, en el regazo, detrás de las orejas… Mamá se ríe como una niña. Cris es
simpática y no para de hablar y cuando ya no sabe qué decir canta. Tiene una
voz arenosa y espesa, dulzona y fuerte, como el ron. Sus canciones siempre derivan
en una estruendosa risa, limpia y muy peculiar, que contagia a todo el que la
oye. A mamá le brillan más los ojos cuando está ella, y parece que se apaga los
miércoles por la tarde, y los domingos, cuando es su tiempo libre y Cris se va,
y no vuelve hasta por la noche, unas veces como eufórica, otras más mustia,
pero siempre riendo, sin soltar prenda de dónde ha estado o de lo que ha hecho.
Todo encaja entonces cuando me
cuentan lo del bingo. Parece que Cris se lo juega todo allí, ha vendido hasta
las bolsas de ropa que le dimos. Se sienta miércoles sí, domingo también, en una
de las mesas del fondo, compra sus boletos por la mañana, cuando llega, y no
toma nada, pero no se va hasta que no rellena el último hueco del último
cartón.
“Tienes que echarla” me dijeron
mis hermanos cuando se enteraron. Y yo estaba de acuerdo. Y ahora, sentada en
el sofá, fumo y espero. Espero a que vuelva del paseo y mientras, no sé por qué,
pienso en su risa.
Cris se arranca esa risa de muy
adentro, de las entrañas. Su vida se compone de un ramillete de desgracias que
se le dibujan en las manos, pero que ha sabido borrar de su cara. Se ha construido
aquí un presente, su pasado se lo robaron hace mucho. Huérfana, abandonada y
explotada, dejó su país hace más de veinte años. Allí sólo le quedaban raíces. Lo fácil hubiera sido llorar, pero Cris se
lleva mal con la compasión. Ella se refugió en su risa y ha crecido en ella.
Apagué el cigarro. Recogí mis cosas y me puse en pie. Y antes de salir de la casa pasé por la habitación de
Cris y deslice en su bolso, que colgaba
de la puerta, un billete de cincuenta.
Niña, qué bien escribes...
ResponderEliminarGracias! Que me lo digas tú me hace doble ilusión!
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