Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos:
uno, raíces; otro alas.
H. Carter
Eran otros tiempos.
Las tardes en el sofá, los viajes improvisados, los paseos nocturnos. Las siestas a pierna suelta, el no tener nada en la nevera y que no importe, ir de compras (y para mí). Llegar a un sitio y no otear el horizonte en busca de los mil y un peligros, leer en la playa y caminar (caminar sin mochila portabebés, ni empujando carrito). Poder hablar alto incluso después de las 20 horas, remolonear en la cama, liarme de copas. Poner música, la que me gusta, la que quiero (y escucharla). Pasar la tarde entera leyendo, cocinar picante, decir palabrotas. Relajarme. No enfurecerme con el mundo cuando suena el timbre a la hora de la siesta, ni sobresaltarme con el teléfono cuando es de noche. Los armarios todos para mí, mi cuarto de la plancha, y mi despacho. Comerme el último yogur, y la última galleta de chocolate. Llenar la casa de velas, dejar los bolis a mano (y las tijeras). Abrir las ventanas de par en par. Hacer cursos largos, de todo, cualquier día, a cualquier hora. Dormir en los viajes. Hacer sólo una maleta. Saborear los restaurantes (y comer sin interrupciones). Decir me voy e irme. Salir sin mudas de repuesto, ni pañuelos, ni por si acasos. Estar al día, conocer los restaurantes de moda, ir al cine o al teatro. Saltarme horarios y rutinas sin remordimientos. Leer novelas, y los periódicos y revistas de todo tipo. No tener sueño, y si lo tengo: dormir. Conservar la casa recogida sin hacer nada. Ir a la compra una sola vez. No conocer a mi médico de cabecera ni sentir dolor de espalda (¿se puede?). Ahorrar a final de mes. No ir con prisas. Encontrar las cosas donde las dejé. Despertarme por mí misma. Dormir seguido (¿lo he dicho ya?). Tener los sofás limpios (y las paredes). Llevarlo todo al día, estar organizada, recordar las cosas. Ponerme tacones (y collares, y pendientes largos). Tener tiempo hasta para perderlo.
No tenerle miedo a la muerte (ni a los virus).
El silencio.
Eso era mi vida antes. Antes de tener hijos. Antes de las noches partidas y los horarios locos. Antes de los bolsos llenos y las ojeras. Cuando la vida era más o menos tranquila, serena, ordenada. Ahora todo está embarullado, desorganizado y revuelto. La vida es más ruidosa y desconcertante pero también más intensa, más pura y asombrosa, más apasionante. Y yo me siento mucho, mucho más viva.
No sé cómo podía vivir sin ellos.
Foto de ANA GUISADO
No sé cómo podía vivir sin ellos.
Foto de ANA GUISADO
Yo tampoco. Ya no me acuerdo. Muak!
ResponderEliminarNi ganas!
EliminarEllos tampoco.
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