Me había fijado en ella nada más entrar. Estaba sola, en la barra, sentada en unos de esos incómodos taburetes altos y con las piernas cruzadas. Tenía el pelo largo, negro, muy brillante; y lo llevaba recogido en una coleta alta y tirante. Estaba muy maquillada, los labios rojos, los ojos muy oscuros, y adornaba sus manos con anillos grandes y vistosos y muchas pulseras, que bailaban en sus muñecas cada vez que bebía un trago. Bebía mucho. Whisky solo, en vaso bajo, con poco hielo y una rodaja de limón.
Sentado en una butaca en la
esquina más oscura del bar, me dediqué a observarla. Llevaba unos pantalones
ajustados negros, como de lycra, y un body, también negro, de encaje, que
dejaba toda su espalda al descubierto. Barrí todo su cuerpo con la mirada; ¡qué
cuerpo! ; alta, bien proporcionada, no era delgada, pero estaba fuerte: los
muslos prietos, los brazos firmes. Y con una fuerza y determinación en el
rostro, en su mirada, como el de quien se sabe capaz de conseguir todo lo que
se propone.
Después de un par de copas se
levantó a bailar. Me cambié de mesa a una más cerca y centrada, y durante aproximadamente
una hora fui el único espectador de una coreografía que parecía dedicar sólo a
ella. Bailaba con los ojos cerrados tatareando suave la canción. Se tocaba el
pelo, subía los brazos, movía las caderas, se abrazaba. Bailaba para ella, se
gustaba, se acariciaba, celebraba su cuerpo.
Después volvió a su sitio, junto
a la barra, y sorbo a sorbo jugamos a mirarnos el resto de la noche.
Sonaba “Te odio”, de Los seis
días cuando con la disculpa dibujada en su sonrisa se levantó y recogió sus
cosas. Yo me levanté tras ella, y esquivando mis viejos prejuicios y el qué
dirán, le seguí al interior del servicio de caballeros.
Qué cambio de registro, buenísimo!
ResponderEliminarGracias guapa! Entonces se entiende, ¿no?
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