Sus padres no eran muy ricos pero
le habían dejado la mejor herencia del mundo: el amor por la música. Ella le
había salvado cuando ellos faltaron y en ella se refugiaba cuando el mundo le
sonaba desafinado. En la música sembró sus sueños y esperanzas y en ella
construyó su futuro.
La música fue su primer, y su
único, idioma.
Recordaba los acontecimientos
importantes de su vida a golpe de batuta. Su infancia eran nanas de su madre y canciones
de Enrique y Ana. No recordaba los nombres de las chicas que le presentaban en
los bares, pero sí las canciones que
sonaban en aquellos momentos. No concebía hacer deporte si no sonaba Queen en
sus auriculares y no podía leer sin algo de música barroca en su cadena.
Sentía un amor desordenado por la
música. En la banda sonora de su vida había habido momentos para motivarse,
para relajarse, para evadirse y para soñar; incluso para llorar. Y todos ellos
se los había proporcionado la música.
Eligió el clarinete porque en él
los agudos le sonaban más puros y los graves más rotundos. Y porque, no podía
evitarlo, su timbre le recordaba a la voz de su padre, incluso cuando desafinaba.
En el pentagrama de su vida había,
gracias a la música, más blancas y redondas que negras. Gozaba de un éxito
sonoro que le hacía feliz. Y sin embargo cuando más sentía la magia de la
música era cuando tocaba a solas.
El día había estado inquieto, el
cielo agitado, pero cuando él tocaba la tarde escuchaba atenta.
Chica, no sé como lo haces, pero cuando leo tus relatos es como si me teletransportara...
ResponderEliminarMuchas gracias!!! A dónde te has teletransportado? A un concierto? A una tarde ceniza? O ... a tus clases de flauta?
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Muac!
En mis clases de flauta ni he pensado, jajaja!!! Me sueles teletransportar a una tarde lluviosa con un té calentito, un bizcocho recién hecho y la chimenea encendida. Muak!
ResponderEliminarEntonces teletranspórtame contigo!!!!
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