Cuarenta y dos


Entró como un elefante en una cacharrería. Era una oficina de obra construída a base de módulos prefabricados ensamblados. Un pasillo largo, muy largo, y a ambos lados puertas que daban paso a los distintos despachos. Yo estaba en el primero, y salí a ver qué era ese alboroto de pasos y portazos. 

Moreno, algo desgarbado, tenía que agacharse para pasar por el marco de la puerta y caminaba deprisa.  De perfil rotundo y mirada noble, con maneras del que se sabe jefe antes de tiempo, se le escurrían los pantalones por detrás y calzaba, por lo menos, un 44.

Aquella noche nos volvimos a encontrar en uno de aquellos bares de su quinta (me saca siete años). Hablamos mucho, a pesar del barullo y la diferencia de altura (me saca muchos centímetros), y todavía conservo el mensaje que me mandó después, cuando llegué a casa.

Unas cuantas llamadas, y una carretera después, volvimos a encontrarnos. No puede decirse que el entorno fuera de lo más romántico, ni que nuestros planes fueran los más glamurosos. Vivíamos en un pueblo de La Mancha, y trabajábamos mucho, pero éramos (más) jóvenes y derrochábamos ganas.

El resto, como dicen los cursis, es historia. Y el SI, un año después fue rotundo.

De natural discutidor, un poco desordenado, y algo cascarrabias; es generoso, espléndido, y tiene un gran corazón. Sagaz, competitivo, trabajador, sabe hacerme reír cuando quiere y se queda dormido viendo la tele. Casero y viajero empedernido; serio e ingenioso, de talante abierto y cuadriculado; tan contradictorio como yo, por eso encajamos bien: tenemos muchas cosas en común y otras tantas opuestas; y él siempre me sorprende.

Nuestro periplo dura ya ocho años, que aunque no son muchos, dan para bastante:  Tres hijos, un puñado de sueños, un montón de escapadas, excursiones y viajes (aunque menos de los que nos gustaría), proyectos por cumplir, noches sin dormir, unas cuantas decepciones y algún que otro revés que estamos intentando aprender a capear.

Crecer, aprender, prosperar, tropezar, cambiar el rumbo. Hacernos viejos. Discutir, enredar, ilusionarnos. Atesorar recuerdos.

Y así hasta los 89. Pero mejor juntos. Nos quedan todavía unos cuantos.


4 comentarios:

  1. Preciosisima entrada, entrañable, bien escrita y muy emotiva, con alma como todos tus escritos.
    Me ha dado muca alegría ver que habías vuelto

    ResponderEliminar
  2. Enhorabuena también por el cambio de look del blog, otro acierto.
    Por favor sigue acompañándonos de nuevo y no nos vuelvas a abandonar.

    ResponderEliminar
  3. Pero como se me había pasado esto?!!? Preciosa entrada, ya tocaba una dedicada a EL!
    Y el nuevo blog, GENIAL! ;)

    ResponderEliminar
  4. Que bonito!! Prodigaté mas,perezosa

    ResponderEliminar