Donde estés





Me acuerdo de que los martes comíamos allí. Me acuerdo del sabor de sus croquetas, de su tortilla inconfundible, de su cocina, limpia y ordenada, de su horno, que parecía de juguete. Del olor a caldo, a pimientos asados, a bollo. La mesa puesta, la loza de flores, el mantel blanco impoluto y las servilletas de tela.  Me acuerdo de su casita linda, despojada de accesorios, práctica y funcional y de cómo, sin embargo, las fotos familiares no dejaban un resquicio en las paredes. La veo de espaldas, echada hacia la pila, fregando la loza estuviera en casa de quien estuviese, siempre dispuesta, nunca cansada. La veo en la ventana, diciéndonos adiós, todas y cada una de las veces, en un gesto que algún día regalaré a mis nietos. Me acuerdo de sus manos, del inconfundible ademán con el que agarraba el cuchillo (sólo quien ha trabajado tanto y tan duro puede hacerlo así), de los pliegues de su piel, de sus ojos áureos. De la hilera de tarros en el baño, de su bata horrible de flores, y de su anorak rojo. 

Me acuerdo de su inagotable trajinar, le encantaba ir en metro por Madrid, merendar en El Pardo, caminar hasta casa. Me acuerdo de su maleta de dimensiones mínimas, pero en la que le cabía todo lo que te hiciera falta.
  
Me acuerdo de su sencillez, de su obstinado empeño en pasar desapercibida. De sus risotadas contagiosas, de sus, a veces, inoportunos comentarios que ahora celebramos. Me acuerdo de cómo me estiraba el jersey y me colocaba el pelo. De su coqueta austeridad, de su inclinación por la gente humilde. De su desapego hacia el pasado y de su fiel honrar a la familia. 

Me acuerdo de los días en la playa y las noches en su casa, me acuerdo de las charlas de metafísica, de sus explicaciones imposibles, de su amable tozudez. Me acuerdo de cómo la querían hasta en los bares y de cómo ir con ella era garantía de un aperitivo generoso y un par de vermouths de más. 

Mi abuela era una asturiana recia, de carácter robusto y mirada seria. Testaruda, disfrutona a su manera y con querencia por el sol y el asfalto pero con mucha mano para las plantas. Buena, en el sentido más puro de la palabra, servicial, generosa. Su marcha dejó un hueco sonoro y sereno, que los días no acaban de llenar.

Me acuerdo de que nunca me dijo que no a nada. 


4 comentarios:

  1. No tengo palabras!!
    Donde quiera que este le habrá hecho feliz y aún no se creerá lo importante que era en nuestras vidas.

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  2. Qué bonito Hermanín!!
    Parece increíble como una persona tan sencilla ha podido dejar una huella tan profunda en todos nosotros. Me voy a por un kleenex, aunque además de hacerme llorar, me has sacado una sonrisa.

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  3. Cuidar de nuestros seres mayores es un acto de amor y responsabilidad. Las residencias brindan un entorno donde reciben atención profesional, compañía y actividades adaptadas, promoviendo su bienestar y felicidad.

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