Herencias de Otoño

"Adoro los placeres sencillos; son el último refugio de los hombres complicados"
                                                                                                                               Oscar Wilde


Aquel año el otoño había llegado con prisas. Todavía no habían cambiado la hora pero los días eran cada vez más cortos. El sol, ya agotado, parecía no calentar lo suficiente y en casa hacía algo de frío. No lo bastante como para encender la calefacción pero si lo suficiente como para no estar del todo a gusto. En mi cuarto, sobre la mesa, un montón de libros, apuntes, planos y horarios: el curso había comenzado. Pero así era imposible concentrarse.

Creo que soy una persona más o menos sencilla vistiendo. Claro que me gusta estar guapa y me siento bien cuando me arreglo pero soy una talibán de la comodidad. Mi mente cuadriculada de ingeniero no concibe estar en casa con zapatos de la calle. Y los vaqueros, las medias apretadas o los jerseys justos me los voy quitando casi al mismo ritmo con el que enfilo la puerta de mi cuarto. Mi armario se divide en dos: la ropa para salir y la que no, pero como aquel año el otoño se había colado antes de tiempo y a mí no me gusta ir de compras, esta vez era verdad: no tenía mucho que ponerme.

Por eso me hizo especial ilusión cuando mi padre me regaló su chaqueta. Sí, es cierto, la chaqueta no era para mí si no para mi madre. Pero debí utilizar las palabras adecuadas, quizás fue mi sonrisa convincente o el aspecto desolador de mi armario casi vacío. Aunque ahora que lo pienso, lo más probable es que fuera una de esos gestos que sólo las madres son capaces de hacer. El caso es que la chaqueta, y toda la historia que llevaba detrás me la quedé yo. Y aquel otoño, y todos los que siguieron, me arropó el cuerpo y me abrigó el alma.

Era una chaqueta de cachemira color crema. Tenía más de veinte años, pero parecía recién comprada. El cuello, de pico, llegaba hasta la altura del pecho, donde asomaba el primer botón, de un total de cinco o seis, todos ellos de madera, grandes y cosidos en forma de aspa con hilo color tabaco. El talle estrecho, las mangas ligeramente más largas de lo normal y con una vuelta en los extremos, la suavidad de la lana, el aroma a papá... Todo en ella era perfecto. 

Comprada en Londres, en los setenta, con uno de sus primeros sueldos, fue, desde luego, un lujo que mi padre, aún soltero, no podía permitirse. Con él fue vista en pequeños despachos alejados del mundo, en ministerios importantes, en viejas tascas de vino, y en grandes (y pequeñas) obras hidraúlicas. Viajó por España, volvió a Londres, incluso se cree que estuvo en Alemania. Y después de tantas horas, tantas ciudades y tantos recuerdos, la heredé yo.

Soy una persona de costumbres. Así que todas las tardes, el rito era siempre el mismo. Pertrechada con mi taza de café, mi chaqueta en los hombros y una buena onza de chocolate, siempre negro, me sentaba en mi escritorio a ver el otoño amarillear tras la ventana. Y después a estudiar, escribir, dibujar y tachar. Y estudié mucho, aprendí más y esquivé los roces de la vida, siempre con mi chaqueta puesta.

Para entonces ya era fan de la ropa de mi padre: camisas, jerseys, incluso camisetas... Luego, cuando me casé, empecé a usar la de mi marido. Me gusta sentir el paso del tiempo, descubrir las huellas que el uso ha ido dejando y paladear, aunque sea sutilmente, el aroma de los que la llevaron. 

Pero jamás he vuelto a tener una chaqueta como aquella. 

Y nunca he vuelto a estudiar tanto.



Foto de ANA GUISADO



9 comentarios:

  1. ¡Qué cosa tan bonita, Elena! Me gusta muchísimo.
    Yo también soy de mantener el recuerdo de alguien a través de una prenda. Es como si pudiera tenerla cerca.
    ¡Cómo me alegro de que hayas vuelto a compartir tus cosas! Besitos

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    1. Muchísimas gracias! Me ha ce especial ilusión viniendo de ti...
      Qué encanto especial tienen las cosas usadas, verdad?

      Un beso enorme

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  2. Ay, esa chaqueta...! La tienes aún?

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    1. Pensé que me enterrarían con ella. Pero, ya sabes, el hombre propone, y Dios dispone. Snif.

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  3. Cuantos recuérdos...
    Te sigo viendo con la chaqueta, a la vuelta del colegio,urante toda la carrera, una fiel y querida compañera, tomándote un café a media tarde, hablando por teléfono, riéndote... Siempre la chaquettina .
    Maravillosamente bien escrito esta entrada, me alegra mucho que hayas vuelto.

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    1. Tú lo has dicho, cuántos recuerdos. No creo que vuelva a tener otra prenda igual: tan viva, tan celebrada, tan yo.

      ¡cuántos recuerdos!

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  4. Tu post ha sido como una Magdalena de Proust. Recuerdo el año que no me quitaba una chaqueta de ante de mi padre y recuerdo que, además, ese fue un buen curso! Jaja Me has transportado veinte años atrás y ha sido genial!

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  5. Jaja, me alegro mucho Kina! Y me alegra mucho verte por aquí!

    Besos

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  6. Sigo de paseo , por eso el aluvión de comentarios , ruego me disculpes.
    Guardo una pelliza de mi abuelo de loneta gris y forro de piel de conejo. No me la pongo tanto porque temo que se aje más de la cuenta , los botones llevan un ancla de latón que no se que pintan en una prenda de caza pero en conjunto es tan suyo que armoniza no se muy bien como.

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